Juan 8:31-36
La búsqueda de la verdad ha estado presente en la memoria colectiva de la humanidad desde tiempos inmemorables, desde los inicios de la humanidad, desde los días del Edén. Siglos después la Palabra de Dios, la Verdad, se ha encarnado en una persona, ¡Jesús! En la primera escena de estos pasajes el Señor le propone perseguir la verdad a una audiencia judía, que pareciera creer en Él, pero a quienes no les termina de convencer la invitación del Hijo de Dios.
Debemos conocer la verdad, no poseerla. Sin verdad no hay libertad.
Permanecer en la Palabra, nos hará conocer la verdad, y en consecuencia nos hará libres. En este contexto esa libertad está asociada a ser rescatados del poder del pecado y de la influencia del Maligno. ¿Quién puede ofrecer una libertad así? Solamente Dios, aquel que las Escrituras llaman el gran “Yo soy” (Ex. 3:14). En el evangelio de Juan, Jesús usa libremente esa expresión para definir su propia identidad y misión al menos en 7 ocasiones – a veces bajo riesgo de ser apedreado (Jn 8:58-59). En Juan 14:6, ahora dialogando con sus discípulos, Jesús regresa al tema de la verdad y sin ambages hace otra gigantesca declaración: El Hijo amado, es la verdad misma y el único camino al Padre ¡El gran “Yo soy” vino a habitar en medio de nosotros para darnos Vida!
Cuando uno se encuentra con Dios, se encuentra por fÍn con uno mismo.